Hace algún tiempo, leí un libro, creo que de Carlos Carnicero, sobre un diplomático español que había salvado a muchos judíos de una muerte segura; en El País de ayer, 3 de octubre de 2010, aparece este artículo sobre él: un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra.
Ángel Sanz Briz, primeros años
En septiembre se han cumplido 100 años del nacimiento en Zaragoza del diplomático Ángel Sanz Briz, quien, tras una brillante carrera, murió en Roma en 1980, siendo embajador ante la Santa Sede. Su familia, originaria de Peraltilla, municipio pequeño en la provincia de Huesca, se instaló a finales del siglo XIX en la capital aragonesa, donde desarrolló una intensa y fructífera actividad comercial y turística.
Cuando trabajó en Budapest salvó a unos cinco mil judíos de los nazis Lo hizo por su cuenta; el Gobierno franquista se apuntó el tanto años después
Al evocar su figura me vienen a la memoria las frases de Jan Karski sobre la sordera de Occidente ante las desesperadas llamadas de auxilio de los judíos en Varsovia, pese a que el autor de Mi testimonio ante el mundo, publicado en 1944, se hubiera entrevistado con Edén dos veces y una con Roosevelt, ambas en 1943, para explicarles lo que ocurría con los judíos en manos de los nazis.
Ciñéndome al caso de Sanz Briz, tema que ya abordé en este periódico el 24 de junio de 2002, y aunque dadas las limitaciones de espacio de este artículo, conviene, hoy por hoy, rememorar su imagen, pero al mismo tiempo precisar algunos puntos de su actuación que engrandecen, aún más si cabe, su persona.
A medida que el tiempo transcurre y se van conociendo más detalles de las operaciones de rescate de judíos por parte del Gobierno de Franco, se confirma la idea de que la labor de este Gobierno fue, sin duda, mucho más eficiente, positiva y humanitaria que la de la mayoría de otros países; es una página de nuestra historia que no conviene olvidar; reconocida hasta por los propios judíos. Pero dicho esto, conviene matizar que la figura de Ángel Sanz Briz destaca por su excepcionalidad, sin menospreciar ni mucho menos la gran labor de otros colegas. Y esto por varias razones.
Su labor como un joven diplomático en Budapest -tenía 32 años- estuvo presidida por un acto de su conciencia, pues no se encontraba obligado en forma alguna a tomar la iniciativa de refugiar a los judíos en sus casas de acogida de la legación española, poniendo dinero de su bolsillo. Y en cuanto a las instrucciones recibidas de Madrid, la mayoría de las veces fue el silencio o instrucciones ambiguas. Dada la situación que se vivía, es posible que el silencio de Madrid fuera consentidor de un dejar hacer pero no involucrándose directamente.
Esta situación está confirmada plenamente por un documento confidencial y secreto, muy poco conocido, elaborado el 15 de septiembre de 1961 por el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, con motivo de las indemnizaciones alemanas a Israel, circunstancia que aprovecharon los herederos de aquellos sefardíes salvados por España para dirigirse al Gobierno español para que gestionase ante el Gobierno alemán el pago a ellos de las mismas. Castiella reconoce expresamente: "La protección española a los judíos perseguidos no solo goza de las simpatías universales sino que ha sido apoyada por las grandes potencias. Durante la II Guerra Mundial, el Estado español, aun reconociendo que prestó eficaz ayuda a los sefardíes, pecó en algún caso de excesiva prudencia y es evidente que una acción más rápida y decidida hubiera salvado más vidas". Hasta aquí el texto de Castiella. Y, en efecto, esa ambigüedad detuvo probablemente a muchos diplomáticos para actuar. No así a Ángel Sanz Briz. Por eso, salvó a más de 5.000 judíos en Budapest.
En cualquier caso, el diplomático obró por su cuenta, a riesgo de consecuencias posteriores. Años más tarde apareció en Washington un documento, escrito por Sanz Briz en el año 1946, en el que deja claro que había actuado por cuenta propia. El diplomático guardó sobre este asunto un silencio sepulcral, que andando el tiempo comenzamos a entender.
El impacto causado entre los judíos salvados por la obra de este diplomático fue tan importante que se entrevistaron con él, siendo cónsul general en Nueva York en 1963, solicitando referencias sobre su actuación casi heroica en Budapest, de la que había un desconocimiento total en España, hasta el punto de que muchos judíos se dirigen también ese mismo año al Ministerio de Información y Turismo pidiendo información. El secretario general del mismo, Gabriel Cañadas, escribe al director general de Política Exterior, Ramón Sedó, en un documento casi desconocido: "Mis interlocutores judíos apuntaban siempre a la labor de Sanz Briz y piden permiso al director general para airear esta postura española por el bien de España en aquellos momentos; en tal situación es conveniente aprovecharla". Así se puso de manifiesto en la entrevista que el periodista israelí Isaac Molho hizo a Sanz Briz en Nueva York, ese mismo año, recabándole información puntual sobre su actuación para escribir un libro.
El diplomático consulta a Madrid sobre la información que debe dar y las instrucciones recibidas son que los datos que tiene que transmitir deben hacer referencia a que su intervención fue por orden expresa y con conocimiento del Gobierno español, debiendo Sanz Briz eludir todo protagonismo. Y así fue el testimonio que el diplomático le dio al periodista israelí.
Un espeso silencio rodeó su actuación hasta que, desde hace un tiempo a esta parte, la figura de este diplomático va siendo conocida y admirada y, todavía hasta hoy, adquiere mayor grandeza tanto por su acción heroica como por ese silencio que fue utilizado políticamente como un activo del gobierno de aquel momento ante el exterior.
Isidro González es historiador.
EN LA EXPOSICIÓN SOBRE AUSCHWITZ
Ángel Sanz Briz, primeros años
En septiembre se han cumplido 100 años del nacimiento en Zaragoza del diplomático Ángel Sanz Briz, quien, tras una brillante carrera, murió en Roma en 1980, siendo embajador ante la Santa Sede. Su familia, originaria de Peraltilla, municipio pequeño en la provincia de Huesca, se instaló a finales del siglo XIX en la capital aragonesa, donde desarrolló una intensa y fructífera actividad comercial y turística.
Cuando trabajó en Budapest salvó a unos cinco mil judíos de los nazis Lo hizo por su cuenta; el Gobierno franquista se apuntó el tanto años después
Monumento a Ángel Sanz Briz. Arte Público. Ayuntamiento de Zaragoza
Al evocar su figura me vienen a la memoria las frases de Jan Karski sobre la sordera de Occidente ante las desesperadas llamadas de auxilio de los judíos en Varsovia, pese a que el autor de Mi testimonio ante el mundo, publicado en 1944, se hubiera entrevistado con Edén dos veces y una con Roosevelt, ambas en 1943, para explicarles lo que ocurría con los judíos en manos de los nazis.
Ciñéndome al caso de Sanz Briz, tema que ya abordé en este periódico el 24 de junio de 2002, y aunque dadas las limitaciones de espacio de este artículo, conviene, hoy por hoy, rememorar su imagen, pero al mismo tiempo precisar algunos puntos de su actuación que engrandecen, aún más si cabe, su persona.
A medida que el tiempo transcurre y se van conociendo más detalles de las operaciones de rescate de judíos por parte del Gobierno de Franco, se confirma la idea de que la labor de este Gobierno fue, sin duda, mucho más eficiente, positiva y humanitaria que la de la mayoría de otros países; es una página de nuestra historia que no conviene olvidar; reconocida hasta por los propios judíos. Pero dicho esto, conviene matizar que la figura de Ángel Sanz Briz destaca por su excepcionalidad, sin menospreciar ni mucho menos la gran labor de otros colegas. Y esto por varias razones.
Su labor como un joven diplomático en Budapest -tenía 32 años- estuvo presidida por un acto de su conciencia, pues no se encontraba obligado en forma alguna a tomar la iniciativa de refugiar a los judíos en sus casas de acogida de la legación española, poniendo dinero de su bolsillo. Y en cuanto a las instrucciones recibidas de Madrid, la mayoría de las veces fue el silencio o instrucciones ambiguas. Dada la situación que se vivía, es posible que el silencio de Madrid fuera consentidor de un dejar hacer pero no involucrándose directamente.
Esta situación está confirmada plenamente por un documento confidencial y secreto, muy poco conocido, elaborado el 15 de septiembre de 1961 por el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, con motivo de las indemnizaciones alemanas a Israel, circunstancia que aprovecharon los herederos de aquellos sefardíes salvados por España para dirigirse al Gobierno español para que gestionase ante el Gobierno alemán el pago a ellos de las mismas. Castiella reconoce expresamente: "La protección española a los judíos perseguidos no solo goza de las simpatías universales sino que ha sido apoyada por las grandes potencias. Durante la II Guerra Mundial, el Estado español, aun reconociendo que prestó eficaz ayuda a los sefardíes, pecó en algún caso de excesiva prudencia y es evidente que una acción más rápida y decidida hubiera salvado más vidas". Hasta aquí el texto de Castiella. Y, en efecto, esa ambigüedad detuvo probablemente a muchos diplomáticos para actuar. No así a Ángel Sanz Briz. Por eso, salvó a más de 5.000 judíos en Budapest.
En cualquier caso, el diplomático obró por su cuenta, a riesgo de consecuencias posteriores. Años más tarde apareció en Washington un documento, escrito por Sanz Briz en el año 1946, en el que deja claro que había actuado por cuenta propia. El diplomático guardó sobre este asunto un silencio sepulcral, que andando el tiempo comenzamos a entender.
El impacto causado entre los judíos salvados por la obra de este diplomático fue tan importante que se entrevistaron con él, siendo cónsul general en Nueva York en 1963, solicitando referencias sobre su actuación casi heroica en Budapest, de la que había un desconocimiento total en España, hasta el punto de que muchos judíos se dirigen también ese mismo año al Ministerio de Información y Turismo pidiendo información. El secretario general del mismo, Gabriel Cañadas, escribe al director general de Política Exterior, Ramón Sedó, en un documento casi desconocido: "Mis interlocutores judíos apuntaban siempre a la labor de Sanz Briz y piden permiso al director general para airear esta postura española por el bien de España en aquellos momentos; en tal situación es conveniente aprovecharla". Así se puso de manifiesto en la entrevista que el periodista israelí Isaac Molho hizo a Sanz Briz en Nueva York, ese mismo año, recabándole información puntual sobre su actuación para escribir un libro.
El diplomático consulta a Madrid sobre la información que debe dar y las instrucciones recibidas son que los datos que tiene que transmitir deben hacer referencia a que su intervención fue por orden expresa y con conocimiento del Gobierno español, debiendo Sanz Briz eludir todo protagonismo. Y así fue el testimonio que el diplomático le dio al periodista israelí.
Un espeso silencio rodeó su actuación hasta que, desde hace un tiempo a esta parte, la figura de este diplomático va siendo conocida y admirada y, todavía hasta hoy, adquiere mayor grandeza tanto por su acción heroica como por ese silencio que fue utilizado políticamente como un activo del gobierno de aquel momento ante el exterior.
Isidro González es historiador.
EN LA EXPOSICIÓN SOBRE AUSCHWITZ
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