Dos días a la semana, voy a trabajar en tranvía.
El tranvía pertenecía al pasado, a mi infancia. Cuando la línea 32: Pinares de Venecia-Delicias formaba parte de nuestro paisaje. Mi barrio, Las Delicias, estaba situado en el extrarradio del poniente de una Zaragoza que, en los 60, empezaba a despertar de un letargo que parecía de siglos; aún resuena aquello de "¡Vamos a Zaragoza", cuando íbamos al centro a hacer alguna compra extraordinaria .
Nos gustaba ponernos detrás del "tranviario", que, siempre de pie, accionaba los mandos; nosotros imitábamos sus gestos, creyéndonos verdaderos aurigas; era la línea 5; yo la recuerdo como un convoy de 2 vagones verdes, inmensos en mis recuerdos infantiles. Después, soplaron "vientos de modernidad" y desaparecieron a la vez que mi infancia de agostaba.
Ahora, en el otoño de 2008, vuelvo a verlos en la ciudad de Antwerpen (Amberes) donde enseño Lengua y Cultura Españolas como maestro de la ALCE de Bruselas.
Así que ahora me permito el lujo de ir a trabajar los martes y los jueves en tranvía; un trayecto de unos 20 minutos que te permite tomarle el punto a la ciudad, observar a las gentes, leer... y, además, recuperar sensaciones que tenía perdidas.
¡Siempre andamos a vueltas con la madalena de Proust!
Soy un asiduo de la línea 2: Linkeroever-Hoboken.
Parece ser que los tranvías se introdujeron en San Francisco (EEUU) en 1873 como medio de transporte público.
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