MANUEL VICENT
La grada
MANUEL VICENT 23/05/2010
Apolo gobierna la belleza; Dionisos es el propietario de la orgía. La distancia que existe entre los dioses Apolo y Dionisos es la que separa un gol de Messi o de Cristiano Ronaldo de la explosión de entusiasmo en la grada. Ambas emociones están prácticamente unidas en el fútbol; una conduce a la otra con una reacción instantánea, pero hay que preguntarse por qué la belleza lleva la gloria y la gloria al final conduce siempre a la locura. Messi o Cristiano Ronaldo han realizado tres jugadas geniales en el césped bajo la inspiración de Apolo y ellos a su vez también se han convertido sobre el pedestal en un mármol musculoso muy distante, solo asequible para sus fanáticos mediante la adoración. Durante el encuentro en la grada muchos espectadores con los sueños rotos por una vida vulgar han imaginado que son ellos mismos los que corren, regatean y rematan de forma espectacular el balón por la escuadra, pero al final del partido se dan cuenta de que esta gloria les está absolutamente vedada. El día en que el equipo conquista una copa, la multitud embriagada de fervor se friega contra sí misma para liberar en el aire una enorme carga energética compuesta de todas las frustraciones posibles de cada individuo; a continuación gana la calle cantando, saltando, mostrando las bufandas y se vacía alrededor de un monumento emblemático de la ciudad haciendo el ganso ante las cámaras. Es el momento en que Dionisos con el rabo de sátiro sustituye a Apolo, se apodera de la calle, se instala desnudo, coronado con hojas de vid en medio de la fiesta y convence a sus fieles de que el triunfo les pertenecerá si se alimentan con la electricidad que generan sus cuerpos al restregarse. Dionisos conduce a los más frustrados hacia el fondo de la noche para redimir su vacío con el rito de la destrucción de cuanto hallan a su alrededor, coches, papeleras, escaparates. A veces incluso les obliga a entrar en otros cuerpos con la navaja. Al día siguiente este dios todavía manda sobre la victoria. Los ídolos, con el capitán a la cabeza, ofrecen muy encorbatados la copa a otro ídolo, a una Virgen patrona, para que refleje en la plata sus ojos de vidrio. Es la forma más moderna de locura provocada simplemente por la belleza de un regate, de una parada, de un remate por la escuadra.
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