No
resulta extraño que Labordeta haya acudido a la figura del beduino para
redactar sus memorias de diputado en Madrid: “Memorias de un beduino en
el Congreso de los Diputados” (Ediciones B). Ese beduino es un ‘alter
ego’, que habla con un diputado, el Labordeta, y a la vez es él mismo:
es una sombra, un interlocutor, un testigo y acaso en ocasiones nos
lleve hacia un desconcertante ejercicio de esquizofrenia narrativa.
Labordeta acude a la figura del hombre de los desiertos, y se apoya en
su abuela Josefa, nacida en La Almolda, que asoma una y otra vez al
texto con una certeza pesimista: “La política es una madrastra sin
entrañas”. El político, que permanecerá dos legislaturas cerca de los
leones de Ponciano Ponzano (“¡Vaya putada le hizo su padre!”, observa,
imaginamos que por el nombre), dice: “Llegué allí como un beduino y
regresé a mi estado natural, que es ser ciudadano del mundo”.
El
poeta y cantautor metido en política baja al ruedo, y en su primer día
percibe lo siguiente: “Al Beduino le encantó la Reina y la encontró
guapa”. Luego, con la corbata de Agustín Ibarrola, visitará a Juan
Carlos, que le pregunta: “¿Llegó a usted a probar los chocolates con
nata de la cafetería Niké?”. Algo más adelante, Labordeta dirá: “Aunque
soy republicano de hondura, este hombre me cae bien”. Se adscribe al
grupo Mixto y percibe algo muy curioso: “El pasillo es el resumen de la
España multicultural y multiforme que me decía mi paisano Gracián”, y
observa que sus compañeros y él, “los del Mixto”, son “los sobrantes,
los mitad vaca y mitad cordero y, en las noches de luna, ciudadanos
agrestes dispuestos a defender con ahínco lo que siempre creímos que era
justo. Casi nunca acertábamos”.
Labordeta,
apoyado por el cibernético incansable Paco Pacheco, fue un diputado
activo, con momentos de protagonismo nacional. Explica el episodio de
‘¡A la mierda!’; cuenta que no le hizo gracia a sus compañeros de CHA,
que lo aplaudieron mucho en la calle y desde las filas socialistas, que
lo felicitó Joaquín Sabina desde Andalucía “riéndose como un loco”, y
aprecia que “nunca me sentí tranquilo con aquel gesto (…) De todos
modos, y aunque espero no tener tumba ni mausoleo, ya sé cuál puede ser
mi otro epitafio: ‘¡A la mierda...!’. Y todos tan contentos”.
El
libro consta de dos partes. En la primera, Labordeta retrata a todos
los ministros del PP, con algunas bromas y algunas pullas (Aznar le
resulta un personaje antipático, sin duda), y confecciona también una
lista de amigos y compañeros de viaje. Algunos retratos son deliciosos:
“Leocadio Bueso. Más triste que los atardeceres de su ciudad, Teruel.
Seguro que en su pueblo natal, el serrano Fortanete, le han puesto una
calle. Si no lo han hecho, hay que reclamarla. Él nunca lo hará”. La
ironía asoma aquí: “José Blanco. Gallego. Dicen que va para importante.
No lo aparenta”. Y el mejor es éste: “Carmen Alborch. Es tan valenciana
que sólo de verla te trae toda la luz mediterránea. Modelos ilustres,
escándalo de los puritanos de gris. Da gusto contemplarla”. El Beduino
/Labordeta se suelta aquí el poco pelo: se chancea un poco con el de
Anasagasti (“Perdona poco la imbecilidad cuando habla”, apostilla) y con
el suyo. El humor y la sátira empiezan por uno mismo; seguro que asume
humorísticamente la segunda acepción del vocablo beduino: “Hombre
bárbaro y desaforado”. Hay mucho más en este libro, una modesta
historia de España, de Aragón, y de un hombre solidario que se sigue
retratándose como “depresivo, ácrata y desorganizado”. Pese a ello, ahí
está su tarea gigantesca, su lucha, su madera de héroe con aspavientos,
su severa ternura del desierto. /http://antoncastro.blogia.com/
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