"Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May. "
Así comienza un artículo de José Luis Sampedro, al leerlo no he dejado de sorprenderme al ver que su aproximación al libro fue semejante a la mía; mi iniciador no fue maestro; un modesto carpintero que se llamaba Buenaventura. Era un hombre paciente que entretenía sus días con la inacabada maqueta de un acorazado y su colección de libros en rústica que nos prestaba cuando , mordidos por la curiosidad de ver si avanzaba su barco, nos acercábamos a la valla que ceñía el escueto jardín frontero de su casa.
El primer libro que me prestó fue una biografía de Gengis Kan de la Editorial Bruguera, en aquella colección que tenía, cada dos páginas escritas, una ilustrada,
Ahora, en la distancia temporal, de vez en cuando, su imagen se me hace presente, y creo recordar la dulzura con la que nos hablaba ese viejo anarquista que creía que podría llegar un día "el hombre nuevo"
Ahora, en la distancia temporal, de vez en cuando, su imagen se me hace presente, y creo recordar la dulzura con la que nos hablaba ese viejo anarquista que creía que podría llegar un día "el hombre nuevo"
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