Cuestión de respeto. Marcelo Carqué. (Publicación de Fran Ríos)
La guerra que hubo en España ni avisó ni quería llegar, pillándole fuera al entonces Arquitecto Municipal de Zaragoza, Miguel Ángel Navarro, quien al no hallase en la plaza el 18 de julio fue acusado de masón, “trending topic” del momento. Destituido él, cayó también su segundo, Marcelo Carqué, traspasándose interinamente el departamento de arquitectura a Regino Borobio.
Aunque el “Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas” exoneró a ambos técnicos, quienes fueron además apoyados por la unanimidad del Colegio de Arquitectos, el Ayuntamiento se negó a readmitirlos y en 1941 sacó a concurso ambas plazas. Éstas recayeron en Beltrán y Yarza, pues Borobio ya no quiso optar. Miguel Ángel Navarro continuó reclamando su empleo hasta que en 1948, tras sentencia a su favor, volvió a ostentarlo de forma sólo nominal, jubilándose un lustro después. Con respecto a Carqué, la inquina hacia él del Consistorio franquista se hizo manifiesta en la demora de su rehabilitación, que sólo llegó en 1951.
Sirviendo éste a la ciudad desde 1930, en su papel de Director del Servicio de Incendios, en 1931 había reorganizado el departamento y profesionalizado a su personal. Durante el periodo republicano, en consonancia con el Ministerio de Instrucción Pública, de su tiralíneas salieron el Grupo Escolar Cervantes, la Escuela López Ornat, ahora Conservatorio, la Basilio Paraíso, sufragada por éste para el ensanche de las “casas baratas”, la Escuela Andrés Manjón, que debería haberse llamado Bartolomé Cossío, el Centro Escolar Luis Vives, sito en la barriada de Venecia y pionero en esa margen del Canal, el ubicado en Montemolín, luego bautizado San José de Calasanz, y el Colegio Rosa Arjó, de la calle San Antonio, reconvertido en centro para adultos. En otro orden, tras un puñado de propuestas, algunas un tanto pretenciosas, el paseo del Ebro terminó tomando la forma por él ideada en base a un planteamiento racional y moderno.
En los años en los que estuvo retirado del cargo municipal Carqué proyectó, entre otros, los edificios de Moncasi 5, Espoz y Mina 6, Temple 1, Germanías 1 (Pº Teruel) y Conde de Aranda 52 y 122 (el de los relieves de Juan Cruz Melero). Ya rehabilitado, dirigió el proyecto del Mercado de Pescados de la Avda de Navarra, prodigio que en 1986 Carlos Miret convertirá decorosamente en Centro Cívico pero que terminará desvirtuado con la llegada del milenio.
Lo cierto es que no estaría yo echando mano de este introito de no haber pasado hace dos días junto al nº 6 de la calle Espoz y Mina, antes mencionado, cuyos bajos en la actualidad se hallan forrados por la publicidad de una constructora.
Obra de 1942 sobre el solar dejado por tres antiguas casas, Marcelo Carqué diseñó este edificio con cinco plantas, en cada una de ellas una única vivienda de 147 metros cuadrados, provisto de un local (Vidriera Salduba) y dotado de un sótano con su misma superficie. Remató la obra con un torreón esquinero, su seña personal, de 40 metros, no previsto para residencia.
El cruce de calles en el que el inmueble se encuentra ha cambiado sustancialmente desde los tiempos de su construcción. Por más que en 1867 la apertura de la calle Alfonso hubiese sugerido un nuevo ancho a la de Espoz y Mina, bastantes de las construcciones de ésta segunda jamás acataron tal alineación. Por fortuna. Es el caso del vetusto caserón que fuera propiedad del comerciante Juan Duplá, adosado por la derecha al de Carqué. El edificio de enfrente, esquina con Forment (asador), se levantó diez años más tarde y tres metros más adentro. La que hace poco llamábamos “manzana de oro” albergaba por entonces media docena de portales, que una vez descartados varios descabellados planes urbanísticos aguantaron en pie hasta los años setenta. La esquina que queda por citar la ocupaba la finca, antaño numerada como 18, que se alzaba en el actual solar de la plaza de San Braulio. A la calle homónima, entonces estrechísima y de trazado irregular, el edificio presentaba y aún presenta su fachada secundaria.
Hasta donde sé el inmueble no está catalogado, y a fecha de junio de 2021 la intención de la promotora es duplicar el número de viviendas, añadiéndoles además un ático retranqueado y convirtiendo el sótano en garaje.
Carezco de los conocimientos necesarios para averiguar cómo de traumática llegará a ser esta distribución para el proyecto original de Carqué, pero visto que los zaragozanos pudientes del siglo XXI parecen descartar residir en las creaciones de estos viejos arquitectos, diríase que la única forma de mantener el caserío es reinventárselo, y a fin de hacer más asequibles las viviendas reducir su superficie aun a costa de alterar los planteamientos arquitectónicos iniciales. Lo de “asequibles” sólo es un decir. Lo podrá comprobar quien consulte la web promocional.
Otra solución, por lo visto harto impracticable, sería que Ayuntamiento y Gobierno Autónomo cumpliesen con su juramento apoyando (de verdad) a la rehabilitación, al tiempo que ayudasen (de verdad) a quien necesita adquirir o alquilar una vivienda. Y supongo, desde mi desconocimiento del fisco, que aún podrían hacer más, impedir que los precios orbiten en torno a Mercurio. No obstante, admito que éste no es mi asunto ni mi tema.
Sí que lo es, como contribuyente y como miembro de ésta asociación, exigir respeto y devoción a la integridad de un edificio octogenario, único, alzado en un momento trascendental para su autor y su ciudad, así como para la totalidad del país.
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